A modo de largo canto fragmentario, muy trabajado de arquitectura, En palacios de la culpa es el viaje del espíritu hacia sí mismo, un viaje que no tiene otro destino que el extravío, porque no se trata de hallar sino de buscar. Para tan inútil travesía el hombre vuelve a creer en la pasión y el poeta en el asombro. Si el primero es, pues, un culpable, el segundo es un incrédulo. De ambas condiciones se vale el lenguaje para iluminar un clima interior o un estado metafórico, donde a cada poema le sucede su pouesto, en una nueva mirada sobre lo mismo que reconfirma la analogía como demonio y la contradicción como riqueza.
A la vuelta de todo, poeta y hombre entienden que jamás han salido de su corazón sitiado: un palacio siempre inabarcable.