Victor Hugo empieza su discurso en la Asamblea Nacional Legislativa del 9 de julio 1849, diciendo: «Yo no soy, señores, de los que creen que se puede eliminar el sufrimiento en este mundo; el sufrimiento es una ley divina; pero yo soy de los que creen y afirman que se puede destruir la miseria.»
En el tomo II de Los miserables, a éstos los define como «una misma mezcla donde se encuentran, de manera indisociable, los infames y los desafortunados. El resultado es el mismo, son semejantes en todo, sus vidas están llenas de necesidades: de salud, de higiene y alimento, de afecto y de moral. Lo que cambian son las circunstancias que los han llevado a ser».
En el prefacio escribe: «Mientras exista, por el hecho de las leyes y costumbres, una condenación social que crea artificialmente, en plena civilización, infiernos; complicando con una fatalidad humana el fin que es divino; […] mientras haya en esta tierra ignorancia (desconocimiento) y miseria, libros como éste no serán del todo inútiles.» (1 de enero de 1862)
