"Llegar a un manicomio es como aterrizar de improviso en un territorio desconocido e inhospitalario, gélido y extrañamente muerto, pese al hacinamiento de las gentes que lo habítan, unas gentes que no se mueven, miran sin desear, habitan sin palabras: dan ganas de salir corriendo, aún en el caso de ser el nuevo Director...
Cuando llegué, se me entregó un enorme manojo con las llaves de todas las puertas, siempre cerradas, de aquella horrenda institución. Rechacé instintivamente el llavero, símbolo de la máxima autoridad en una pirámide absolutamente jerarquizada, y nunca utilicé llave alguna... La imagen del nuevo Director que, sin bata blanca, sin los acólitos de rigor y sin llaves, llamaba a todas las puertas, indicaba que algo comenzaba a cambiar.. Las puertas se fueron dejando abiertas".
Desde la distancia de la memoria, se cuenta aquí la dura experiencia de un grupo de trabajadores y voluntarios, que pretendieron transformar y desmantelar un viejo manicomio, en contra de todas las fuerzas vivas que, con todo su horror, lo consideraban imprescindible para la buena sociedad, tanto como la cárcel, la tortura o la pena de muerte. Aquella apasionante aventura fue, por fin, abortada por los mismos políticos que inicialmente la habían propiciado. El manicomio demostraba su carácter perpetuo.